SUJETADOR.

Cada cierto tiempo atravieso algo así como una parálisis creativa. Una cerrazón que no es más que miedo a expresarme por si se nota que he cambiado y esos cambios no gustan a los demás. Por suerte, no es la primera vez que me sucede y sé que será pasajero. Necesito algo de tiempo a solas y en silencio para escucharme antes que nada.

No es sencillo acomodar los cambios. 

Virginia Woolf, que era muy inteligente, escribió que un yo que sigue cambiando es un yo que continúa viviendo. Eso debería servirme de alivio pero el miedo a mostrarme tal y como soy a veces me paraliza.

Quizá suena ridículo pero tengo una sensación parecida a ir sin sujetador en público después de toda una vida saliendo a la calle con él. Estoy mejor que cuando el sostén me oprime, pero de alguna manera sufro por si los demás se dan cuenta de que voy muy suelta y piensan cosas raras de mí. Imagina qué atrevimiento andar por el mundo con un pecho para cada lado, teniéndolos ya más cerca del ombligo que de la axila. 

Eres incorrecta, mujer. Ofendes.  

Con respecto al sujetador siempre he sentido que debía llevarlo para no incomodar a los demás, aunque a mí me moleste. Es una especie de sacrificio al juicio ajeno. Si no, ¿por qué me siento tan incómoda cuando no llevo sujetador en la calle pero estoy deseando llegar a casa para quitármelo y notar alivio?

El género y la cultura también son sujetadores. Enormes sostenes globales que para elevar algunas partes tienen que oprimir a otras.

Virgina Woolf, que como ya he dicho antes era listísima, escribió que una mujer necesita tener dinero y una habitación propia si desea escribir ficción. Coincido con ella. Y añadiría que en esa habitación, justo después de cerrar la puerta y antes de sentar el culo para escribir, lo que una mujer debe hacer es quitarse el sujetador. El real y los simbólicos.

El primero en ir fuera debería ser el sujetador del género. El género es violencia machista. ¿O acaso no es violento que te digan cómo debes comportarte, vestirte, comunicarte, a qué debes dedicarte y cuáles son tus tareas, aptitudes y gustos sólo porque naciste mujer? ¿Es necesaria toda esa sujeción?

Para escribir está bien que olvidemos todas las tonterías que nos han dicho que una mujer debe o no ser, hacer, saber… Y que recordemos la verdad: las mujeres, por nuestro sexo, somos creadoras natas. Nuestra biología nos conecta con el acto creativo de una manera profunda. En esa certeza podemos encontrar seguridad. Da igual lo que te hayan dicho durante siglos ¡Las mujeres sabemos mucho de crear!

En cuanto al sujetador de la cultura ¡No me hagáis hablar de la cultura! Está glorificada como el patrimonio más valioso que tienen las sociedades. Tratamos nuestro conocimiento, ideas, tradiciones y costumbres como algo sagrado que hay que cuidar y proteger porque es fundamental para el desarrollo de los seres humanos. Pero me pregunto: ¿a qué seres humanos beneficia? Porque a los seres humanos-mujer la cultura nos ha perjudicado bastante. Ha sido una de las herramientas que ha permitido que la violencia contra las mujeres se perpetúe. Así que ¡fuera ese sujetador también! ¿Por qué se supone que debo respetar una cultura que me desprecia y que siempre ha despreciado a las que son como yo? No me da la gana, oiga.

Quizá te pasa como a mí y aún te incomoda ir sin sujetador en público, ser tú misma sin más. ¡Menuda locura no ser lo que los demás esperan! Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? Eso es lo que significa ser esclava. Por si te consuela: no es tu miedo, es nuestro miedo.  Y nos lo inculcan desde pequeñas.

La sociedad, la religión, la educación y la cultura llevan siglos sujetando a las niñas. Usan su poder cuando tú eres dependiente y vulnerable para conseguir lo que quieren. Y lo que quieren es que estés a su servicio, que seas útil a sus intereses, no que desarrolles tu potencial. Así que te moldean hasta convertirte en lo que les hace falta. Aniquilan tu verdadero ser y te dan una falsa identidad que solo es útil dentro de la misma sociedad que te la ha dado.

Por eso es importante tener tu propia habitación, porque en cuanto estás sola el tiempo suficiente lo falso empieza a derrumbarse, ni siquiera hace falta que tú te lo quites, el sostén se cae solo, y empieza a mostrarse lo auténtico que estaba sometido.

Ese espacio de tiempo es incómodo, oscuro, angustioso, un confinamiento solitario en toda regla. En ese intervalo ya no eres la falsa pero aún no eres todavía la auténtica.

Yo me encuentro (otra vez) en ese lapso de tiempo y escribo sobre ello por si tú te encuentras aquí también, para que nos saludemos con un ¡No estoy sola ni estoy loca! 

Encontraremos la manera de expresar el cambio, siempre lo hacemos. Y para esa tarea conviene recordar otra frase de Virginia Woolf (ya he dicho que era una mujer muy sabia, ¿verdad?): “No hay necesidad de apresurarse. No hay necesidad de brillar. No es necesario ser nadie más que uno mismo”. 

Una misma, en este caso.