Hace unos meses, un terremoto localizado en Francia, de enorme magnitud y efectos destructivos (cuyo alcance aún está por determinar), sacudió a la mitad del planeta.
Estoy hablando del juicio a Dominique Pélicot, un hombre que durante diez años drogó a su esposa Gisèle para que fuera violada por más de ochenta hombres (cincuenta de los cuales han sido identificados y también están siendo juzgados).
Dominique, además, grababa los abusos y los guardaba en su ordenador para disfrutarlos más tarde y poder compartirlos con otros hombres.
CONMOCIÓN COMPARTIDA.
El suelo de tu vida entera debe moverse con violencia cuando ves con tus propios ojos esas imágenes con tu cuerpo desnudo y tú allí, inconsciente, mientras conocidos y desconocidos te violan, a veces de uno en uno, a veces en grupo de dos, tres o más.
Y con tu marido, el hombre con el que compartes intimidad diaria, omnipresente en las grabaciones, organizándolo todo.
Este seísmo brutal no sólo ha sacudido la vida de Gisèle. Muchísimas mujeres alrededor del mundo sentimos como propio ese temblor al enterarnos de que a la jubilada francesa de 72 años la violaron en más de doscientas ocasiones, en su propio hogar, más de ochenta violadores invitados por su marido.
Terremoto etimológicamente viene del latín terra, que significa «tierra”, y motus, que significa “movimiento” y no se refiere sólo al temblor que notamos sino que comprende todas las fases en las que las fuerzas tectónicas van deformando las rocas de la corteza, hasta que se produce la fractura de las rocas y la liberación brusca de la energía acumulada dando lugar a una fractura o falla geológica, algunas veces visible en la superficie.
Pero el desastre que vemos, los daños en las personas, las casas y la tierra, no son la causa del terremoto, son sólo la consecuencia.
La fuente del desastre es interna, los movimientos que producen las fracturas son subterráneos.
Tras cada temblor subyace un sistema cuya fuerza se desarrolla en el subsuelo, en lo oculto.
Lo mismo sucede con la violencia sexual, que desde sus fases iniciales va deformando el comportamiento sexual de los seres humanos, hasta que de tanto en tanto, muestra sus efectos devastadores en forma de aberraciones.
La espectacularidad de la catástrofe no debe despistarnos del origen: La actividad sexual de muchos hombres tiene más que ver con el egoísmo y con la violencia que con el sexo.
HIPOCENTRO Y EPICENTRO.
El epicentro de un seísmo es el punto visible del desastre en la superficie de la tierra. Y aunque resulte muy llamativo, sólo es el efecto evidente de una causa mucho más honda, con origen a kilómetros de profundidad, en el interior de la tierra. A ese lugar remoto e invisible a los ojos se le denomina hipocentro.
El epicentro de este terremoto en Francia, la falla bien visible, es el caso Pélicot, pero el hipocentro, el punto de origen que se esconde en las profundidades, justo donde comienza la fracturación, es el desprecio a las mujeres.
Y si tantas nos hemos removido con este caso es porque sus ondas sísmicas se irradian desde una raíz tan profunda como cotidiana para nosotras: A muchos hombres les importa más su eyaculación que las mujeres, desde las desconocidas hasta las más próximas.
¿POR CASUALIDAD?
Algo que llama la atención es que la investigación se inició casi por casualidad, el 12 de septiembre de 2020, cuando Dominique fue detenido en un supermercado por grabar a clientas bajo sus faldas. A partir de esa denuncia sus dispositivos electrónicos fueron investigados y allí se encontraron miles ¡MILES! de fotos y vídeos de su esposa siendo violada.
Según su intensidad y alcance los seísmos se clasifican en superficiales, intermedios, y profundos pero aunque su magnitud sea distinta, si observamos la fuente, estos movimientos de tierra no son tan diferentes.
Un tocamiento en el culo por parte de un desconocido en una discoteca, tu pareja presionando para que realices prácticas sexuales que no deseas y una violación múltiple tienen el mismo origen común: que otro imponga su deseo egoísta sin tener en cuenta el tuyo.
¿Cuántas historias similares se esconderán detrás de agresiones consideradas de importancia menor como, por ejemplo, que miles de hombres compartan fotos y vídeos de mujeres sin su consentimiento en grupos de Telegram? Hombres a los que les cuesta organizarse para comprar el regalo de la profe del colegio de sus hijos, pero que encentran tiempo y ganas para formar parte de grupos de distribución en los que se humilla y sexualiza a las mujeres.
¿Cómo de profundo será el núcleo de violencia que late tras esos terremotos considerados superficiales? Quizá nunca lo sabremos.
Lo que sí sabemos es que aunque el caso se destapó por casualidad, este tipo de seísmos no suceden por una carambola del destino. Sabemos que estas cosas no ocurren sólo de forma extraordinaria en la región francesa de Aviñón.
El temblor constante es el suelo sobre el que las mujeres caminamos cada jornada.
Las vibraciones del abuso son el seísmo nuestro de cada día.
UN HOMBRE NORMAL.
Dominique Pélicot, un jubilado francés de 71 años, aparentaba ser un buen esposo. Llevaba más de cuarenta años casado con Gisèle Pélicot, tuvieron hijos y después, nietos y se habían jubilado para vivir tranquilos el resto de sus vidas en el pueblo de Mazán, Francia.
Él parecía un «abuelo cariñoso» y un «padre querido».
En definitiva, Dominique es un «Hombre Normal» de esos que necesitan la violencia sexual para excitarse.
Un “Señor Cualquiera” que pone su orgasmo por delante de las mujeres, incluida su propia esposa.
Dominique acompañaba a su mujer a distintos doctores cuando ella empezó a sentirse mal y no sabía qué le pasaba. Suponía estar enferma y hasta comenzó a pensar que podía tener Alzheimer o un tumor cerebral. Sólo así explicaba sus lagunas mentales, la fatiga crónica y la caída de pelo a mechones.
Ningún médico llegó al diagnóstico correcto cuya causa sabemos ahora que era las entonces aún ocultas violaciones.
La buena medicina y el feminismo de raíz coinciden en algo: saben que si no se conoce y detiene la causa original del malestar, es imposible acertar con un tratamiento que sane de verdad. Cuando no se reconoce el origen del mal, sólo queda recetar parches de opiáceos que adormezcan el dolor mientras enmascaran los síntomas, volviendo la enfermedad cada vez más sofisticada y difícil de tratar.
UN HOMBRE NORMAL COMO LOS DEMÁS.
Saber que Dominique Pélicot encontró a más de ochenta hombres de su misma zona dispuestos a violar a su mujer nos hace temblar.
Los reclutó fácilmente a través del foro de una web de citas. Parece que para las mujeres el peligro siempre está cerca.
Un enorme porcentaje de los hombres a los que ofrecía el cuerpo de su esposa decían sí.
Sólo tres hombres se negaron, ninguno denunció esa oferta, ni uno sólo se preocupó.
Entre los detenidos encontramos policías, bomberos, periodistas, funcionarios… personas consideradas respetables en su comunidad, amorosos padres de familia, buenos vecinos con edades comprendidas entre los 28 y los 72 años que sabían que Gisèle estaba bajo los efectos de los medicamentos.
El único rasgo común entre los violadores es que todos ellos eran Señores Cualquiera. Hombres Normales que cuando son descubiertos y deben confrontar su comportamiento ponen excusas de lo más ridículas: que pensaban que la mujer se hacía la dormida, que creían que ella había consentido en ser drogada y violada como parte de una fantasía sexual, que no creían que fuera una violación porque el marido estaba allí y creían que él podía dar su consentimiento por ambos…
Pero los vídeos dejan pocas dudas sobre esa cuestión. Incluso el marido y principal acusado aclaró que «todo el mundo sabía» que su mujer había sido drogada sin que ella lo supiera y, que «cada individuo tenía libre albedrío» y podía haber «abandonado la escena».
EL DISFRAZ DE BUEN COMPAÑERO.
Muchos hombres visten el disfraz de “Compañero Ideal” y aparentan respetar a las mujeres, pero cuando se quedan a solas se masturban visitando las categorías más infames de las páginas pornográficas como indefensión sexual, incesto y violación, mientras fingen que lo que ven es una ficción inocente que no hace daño a nadie.
Muchos de ellos acuden a la prostitución y allí se quitan por un rato su disfraz de Buena Persona.
Parecen poder excitarse sin problema con mujeres que no les desean en absoluto mientras continúan con sus vidas normales en el escaparate social de su barrio, habitando el personaje de Señor Cualquiera con buen corazón.
Y en este escenario hipócrita de máscaras confiables que se muestran y deseos sexuales violentos que se ocultan, es en el que nosotras las mujeres nos encontramos con ellos: los hombres que parecen buenos pero que se excitan con nuestra degradación como seres humanos.
¿Qué tipo de relación puede surgir de semejante punto de partida?
¿CADA CUÁNTO SUCEDEN?
Alrededor del mundo ocurren terremotos todos los días que pueden ser tremendamente destructivos, aunque quizá no sean tan llamativos como el de Francia.
Se calcula que, en todo el mundo, 736 millones de mujeres (casi una de cada tres) han sido víctimas de violencia física o sexual por parte de su pareja; de violencia sexual fuera de la pareja o de ambas al menos una vez en su vida (el 30 por ciento de las mujeres de 15 años o más).
Estos datos, que son demoledores, no incluyen el acoso sexual.
Hasta un 80% de las agresiones sexuales hacia mujeres las cometen personas que tenían previamente algún tipo de vínculo o relación con la víctima, y más del 60% de estas agresiones se producen en el domicilio.
Para las mujeres el pavimento que tiembla con fuerza no se encuentra en lugares remotos e inexplorados, suele ser el suelo de su propio hogar, que acaba convertido en ruinas.
EL VIOLADOR BAJO EL DISFRAZ.
Debemos cambiar el imaginario común sobre cómo luce un violador.
Los violadores no son seres oscuros vestidos con sudadera negra y capucha que acechan a desconocidas en la calle (aunque a veces, también).
Los violadores son Señores Cualquiera, Hombres Normales que, vestidos con su disfraz de Buena Persona, violan desde la comodidad del hogar a mujeres y niñas a las que conocen bien.
La idea de que al violador la maldad se le ve venir sólo beneficia a los propios violadores, que usan la amabilidad como una chaqueta de camuflaje que les ayuda a mezclarse con el entorno y les mantiene cómodos y seguros mientras cazan.
La imagen estereotipada del violador como alguien claramente maligno también perjudica a las víctimas, que encuentran difícil que los demás las crean si la persona a la que acusan tiene una buena acogida social.
DIFERENCIAS EN EL COMPORTAMIENTO SEXUAL.
Quizá haya alguna mujer que se excite con la idea de sedar hasta acercar al coma a su marido y facilitar que otras mujeres le toquen y penetren mientras él está inconsciente, pero ni en tres vidas encontrarás a otras ochenta mujeres de tu misma zona dispuestas a violarlo. Ni de tu mismo país, ni de tu mismo mundo. Ni en esta vida ni en otras tres.
La mayoría de las mujeres, para relacionarnos sexualmente, necesitamos muestras de que se nos desea. A demasiados hombres, sin embargo, parece ser precisamente la falta de deseo sexual de ellas lo que les excita.
¡Aquí pasa algo! Y si lo señalas te tildan de loca, o de exagerada, o de tener la mala suerte de encontrarte con los hombres equivocados.
Todos los que violaron a Gisèle acudieron convencidos de que jamás les pillarían, ya que si el marido estaba de acuerdo y ella estaba inconsciente… ¿quién iba a denunciar? ¡Violación gratis! Es llamativa la cantidad de hombres que esperan el momento y la posibilidad de poder violar sin que los descubran.
Una pregunta sobrevuela el ambiente: ¿Cuántos hombres violarían si no hubiera consecuencias? Y detrás de esa pregunta, otra: ¿Por qué?
¿Por qué tantos hombres quieren meterse donde no se les desea?
¿Por qué tantos desean violar?
CONFUNDIR CON LAS PALABRAS.
Incluso en los casos tan claros como el de Pélicot, con evidencia de imágenes y la confesión del principal acusado, se intenta desdibujar la violencia sexual llamándola “sexo”.
¿Puedes creer que tanto en el juicio como en los titulares de algunos periódicos se habló de “relaciones sexuales” para referirse a las violaciones que sufrió Gisèle?
¡Eso es volver a dañarla!
Nuestra forma de expresarnos revela nuestro marco de pensamiento. Llamando “relación sexual” a la violación, adoptamos el paradigma mental de los abusadores. Lo cierto es que con alguien en estado casi comatoso no se puede mantener una “relación sexual” ni de ningún otro tipo.
¿En serio hay que decirle a un ser humano adulto que si una de las personas involucradas está inconsciente eso no puede considerarse sexo aunque él tenga una erección?
La propia Gisèle hizo ese señalamiento en el juicio con la frase “No son imágenes de sexo, son imágenes de violación”.
Sería impensable que una abogada o un periodista llamara “relación de amistad” al apaleamiento que sufre una persona desmayada, tirada en el suelo.
Pero parece que en cuanto el deseo sexual de los hombres entra por la puerta, la claridad mental básica salta por la ventana. Y es que la erección masculina no nos deja ver el enorme bosque de la violencia sexual.
DESPUÉS DE LA TRAGEDIA.
En las zonas propensas a los enormes movimientos de tierra, se intenta evitar las muertes y reducir los daños con estudios sísmicos, análisis de la situación, creación de planes de emergencia y con formación específica.
Pero si hablamos de violaciones, parece que no se toman medidas preventivas serias. Ni siquiera nos gusta reflexionar con profundidad acerca del origen de la violencia sexual y se intenta despachar la cuestión con un “no todos los hombres” superficial e insuficiente.
Imagina que tras un movimiento de tierra brutal, cuando hicieras preguntas acerca de la seguridad de la zona, la respuesta que escucharas una y otra vez fuera: “No todos los suelos”.
¿Será que en el hipocentro de la psique humana el abuso sexual aún se considera un derecho de los hombres? No encuentro otra explicación para que, teniendo en cuenta la frecuencia y el alcance de las sacudidas que causa la violencia sexual, se siga protegiendo el acceso gratuito y sencillo, (prácticamente universal) al material visual más pervertido sin controles de edad, antecedentes penales, ni de ningún otro tipo.
Si un hombre grabando bajo la falda de unas mujeres en un centro comercial destapó el horror del caso Pélicot, ¿qué otros horrores encontraríamos al investigar a los seres humanos interesados en excitarse con imágenes de pedofilia, zoofilia, o fantasías de violación?
¿Por qué siquiera insinuar que se investigue en profundidad a quienes visionen este tipo de material en páginas pornográficas se toma como un grave retroceso en la libertad de los seres humanos? ¿De qué seres humanos hablamos? No de las mujeres, por supuesto. Nada garantizaría mejor la libertad las mujeres que el hecho de que los pervertidos estén controlados.
¿O acaso jugamos a no saber que la perversión sexual de los hombres perjudica de forma grave la salud de las mujeres y la infancia y pone en riesgo nuestras vidas y nuestra libertad?
¡Qué doloroso el burdo empeño masculino en proteger sus pajas por encima de los derechos de sus propias hijas!
¿No haremos nada significativo al respecto tras este gran terremoto?
Entonces sólo nos queda seguir haciéndonos los tontos hasta que el próximo gran seísmo nos haga temblar.
Y AL FINAL…
Tras el horror llega una extraña calma, el tiempo se disipa, desparece el concepto de “yo” y sólo existe un compromiso con nuestra humanidad, una presencia pura, una determinación al nunca más.
Ojalá este momento intenso suponga el punto de partida de una detenida investigación de todos los matices de la psicología del abuso sexual.
Aprovechemos que la tierra tiembla y que sentimos cómo nos tambaleamos para acceder a un estado superior de conciencia y resolver un dilema que de lo contrario quizá nunca solucionemos.
Quiero acabar dando las gracias a Gisèle, por su valentía y su generosidad con todas las mujeres al permitir que el juicio sea público. Su objetivo es alertar sobre los abusos sexuales y los peligros que representan las drogas como las que utilizó su esposo, así como que la vergüenza cambie de lado.
¡Gracias! ¡Te admiramos!